domingo, 11 de noviembre de 2007

Chihuahua, misiones y encanto natural


En la actualidad, elegir un destino para vacacionar que cumpla con las espectativas de los más exigentes se ha convertido en una cuestión que sólo pocos lugares reúnen, y Chihuahua es la ideal.

Un territorio capaz de ofrecer increíbles características naturales y sociales que asombrarán al viajero; uno donde convergen diferentes tipos de clima que hacen del suelo chihuahuense un lugar único en el mundo.

Chihuahua ofrece al visitante una gama de opciones de esparcimiento, que incluso, están a la altura de los mejores del mundo. Paisajes que sobrepasan en belleza al Cañón del Colorado o los Montes Apalaches, y que difícilmente podrán apreciarse en otra parte del planeta.

Grande en todo, Chihuahua es una tierra de superlativos, desde su extensión territorial, hasta los más profundos y grandes cañones y vestigios arqueológicos, y la cascada más alta de México: Peña Volada; hasta los edificios que albergaron la Casa de Moneda, el Palacio Nacional y el Servicio Postal Mexicano entre otras construcciones.

Chihuahua que en una de sus acepciones y en lengua Nahuatl significa "lugar seco o arenoso", fue en sus orígenes un pueblo de paso en la ruta de poco más de dos mil kilómetros entre la capital novohispana y la ciudad de Santa Fe, en Nuevo México, camino que forjó a lo largo de su recorrido villas, prisiones, haciendas y muy de manera principal, las misiones, encomiendas que fueron parte fundamental en la colonización de lo que hoy es el norte de México.

La tierra de Pancho Villa no sólo es territorio de los tarahumaras, si bien, son éstos los más conocidos del lugar, el visitante tal vez podrá toparse con tepehuanes, pimas y guarojíos, y si se porta bien, quizá lo dejen convivir un buen rato con ellos.

En esta tierra, fundada el 12 de octubre de 1709, se puede recrear la mente con la magnífica vista de la ciudad desde el Parque Las Palomas, tomarse una foto con un perrito chihuahua en la Plaza Principal o deleitarse comiendo uno de los famosos chiles toreados, o yendo un poco más lejos, detenerse en las comunidades de los menonitas, llegados a la zona por lo regular a inicios del siglo XX a orillas de Ciudad Cuauhtémoc.

Si lo que interesa es conocer sobre los primeros pobladores, entonces la Sierra Tarahumara es el lugar preciso para comenzar.

Los Hijos del Sol, como también se llaman a sí los rarámuri, habitan en la Sierra Madre Occidental, desde Durango hasta Chihuahua y Sonora, son el grupo étnico más numeroso y por ende, el territorio que ocupan lleva su nombre y se divide en Alta y Baja Tarahumara. Viven en pueblos y rancherías, pero no por eso, tienen costumbres distintas entre sí, siendo además, que su lengua está emparentada con la de los Aztecas.

Danzando con los rarámuri

El pueblo de los píes ligeros es muy dado a preservar sus costumbres, a las que dan especial significado y entre las que resalta la danza, donde según ellos, agradecen las bendiciones o alejan maleficios, y en ocasiones, dejando al viajero ser parte de ella, para que así entienda y valore las ceremonias de la tribu.

Ejemplo, es el rarajípari, un juego de pelota y el acto más importante del pueblo en que sólo participan los hombres.

Su religión se basa en los ciclos agrícolas y adaptan de la fe católica, la Semana Santa, a la que llaman Noríboro y la Navidad o matachines.

De ahí la idea de que en el origen de los tiempos, el astro rey, que vivía solo con la Luna, creó del maíz a los tarahumaras, ante eso, el diablo, hermano del Sol, molesto por el nacimiento de los rarámuri, quiso tener su propia creación, pero como no existía maíz en su reino, los hizo de ceniza y de ahí nacieron los chabochi u hombres blancos.

Misiones por la evangelización

Dada la dificultad que implicó el reto de la colonización en ese basto territorio, el clima extremo y la propagación de la fe, fue lo que motivó la fundación de las misiones, en especial, las franciscanas y jesuitas, testimonios que hablan de la conformación sociocultural de esa parte de México.

Los religiosos que llegaron al Norte de la entonces Nueva España, tenían la idea de convertir a los pobladores al cristianismo, por lo que fundaron colegios y villas donde se establecieron, y para conseguirlo ofrecieron a los nativos, la protección de la Iglesia y la Corona española, aquellos que aceptaron, se unían para construir una misión, que pronto se convertía en refugio y centro de aprendizaje de la agricultura y los oficios, y una vez fundada, se daba origen al poblado y de tal forma los misioneros emprendían sus viajes a otras regiones con los mismos propósitos.

Chihuahua es el estado donde mayor número de misiones evangelizadoras se establecieron: Los Cinco Señores, en Guachochi; Santo Ángel Custodio, en Batopilas y San Ignacio de Arareco, en Bocoyna, entre otros, muestran lo complejo que fue la colonización de la zona. Es por ello que hoy en día los restos de las misiones nos permiten contemplar su valor cultural e inmaterial de la grandeza del pueblo chihuahuense.

Dos, son las rutas misioneras de Chihuahua, una, la del Camino Real que unía al centro del virreynato hasta nuevo México; y la segunda, de Sonora con las del Centro y sur de la Nueva Vizcaya, hoy el territorio de Durango.

Chihuahua, capital del Norte

Siempre se ha visto a la ciudad regía como la más importante del Norte mexicano, ya sea por su poder económico e industrial, o por su tamaño en población; pero existe otra, que a lo largo de su historia ha albergado a instituciones de rango federal.

Hablamos de la capital chihuahuense, cuyo patrimonio cultural y colonial, bien puede rivalizar con ciudades como Guadalajara o Morelia, ejemplo, la catedral, edificada en 1725 y que consta de tres naves y una fachada de estilo churrigueresco con portones de madera labrados y en cuyo arco se observa una tiara y las llaves de San Pedro.

Y en su sótano, el Museo de Arte Sacro, donde lienzos de temas bíblicos del siglo XVII, exhiben la obra de Miguel Cabrera, fundador de la Academia de San Carlos. También se conservan aquí, objetos que utilizó Juan Pablo II en su visita a la ciudad hacia 1990.

Monumentos históricos son también, el Palacio Municipal del año de 1721, el acueducto, construido bajo dirección jesuita en el siglo XVIII y el centro cultural Casa Chihuahua, donde en 1718, tuvo su sede el Colegio Loreto de la Compañía de Jesús, y donde un siglo más tarde, Melchor Guaspe llevaría al calabozo en repetidas ocasiones antes de ser fusilado a Miguel Hidalgo y Costilla, para luego ser decapitado en la iglesia de San Francisco.

De este edificio, se conservan aún la torre y el calabozo, ahora conocido “Museo Calabozo de Hidalgo”. Anteriormente, también albergó entre sus muros a la Casa de Moneda y el Servicio Postal Mexicano, y en la actualidad, es uno de los edificios inteligentes más reconocidos del país, lo que coloca a Chihuahua a la vanguardia en el tema.

Si el visitante es exigente y quiere conocer más, entonces el INAH recomienda los museos de Casa de Juárez, construcción donde vivió el Benemérito durante la invasión francesa, o el Museo de la Revolución Mexicana, conocida como la Quinta Luz, siendo el edificio donde alguna vez habitó la viuda del Centauro del Norte, Luz Corral; o si lo que se busca es arte, la alternativa es la “Casa Redonda”, museo que muestra una serie de obras pictóricas y esculturas de artistas mexicanos en lo que fuera la sede de los ferrocarriles Nacionales de México.

Las Barrancas y el Chepe

Hablando de trenes, y si ya visitó la ciudad, entonces conozca las Barrancas del Cobre, la muestra ideal para observar la magnificencia de la naturaleza que hacen de éstos, los cañones más grandes de América del Norte; o si lo desea organice una carrera de caballos entre Creel y el Valle de los Hongos.

Los cañones o barrancas del Cobre, se ubican en una superficie de aproximadamente 600 kilómetros de longitud por otros 250 de anchura, son un parque natural, que por su variación de terreno, se producen climas de vientos fríos en lo alto y temperaturas cálidas de hasta 40 grados en el fondo durante el invierno.

Si bien, no son tan conocidas como el Cañón del Colorado, sí son por mucho más profundas que este último, pues su profundidad varía de entre los mil 520 a mil 879 metros de profundidad, siendo las más famosas, las barrancas de Urique, Sinforosa, Batopilas, Candameña, Huápoca y el Septentrión.

Es en las barrancas, donde se pueden practicar actividades ecoturísticas y de aventura, es más, aquí se lleva acabo el Festival de Turismo de Aventura, al que concurren visitantes de todo el mundo, pero, si lo que le llama la atención es la comida, entonces, aquí disfrutará de un burrito de chile relleno, esto, en la estación del tren Divisadero.

Lo más común aquí, es viajar por el ferrocarril Chihuahua-Pacífico o “Chepe” y disfrutar así, una de las vistas más espectaculares del mundo. El tren puede abordarse desde la capital del estado o Los Mochis, Sinaloa, lugar desde donde se recomienda abordar si es que no ha visitado Chihuahua capital.

En Chepe, el turista puede hacer escalas en Cuauhtémoc, San Juanito, Creel y Divisadero, entre otros puntos de mirador de las Barrancas.

Son variadas las opciones que Chihuahua ofrece, desde sus cascadas, bosques y riqueza minera, hasta las misiones, historia y sus inigualables miradores; pretextos que bien invitan al viajero a regresar.